jueves, 10 de enero de 2013



Estoy cansada, muy cansada. Alzo la vista para ver la hora, aun no es media noche. ¡Pero como si lo fuera! Apenas hay nadie en la calle, solo una hortera que le ha puesto a su perro un ridiculo abrigo, desamparados sin techo que buscan cobijo en las frías calles de Madrid, almas huerfanas que perdieron el rumbo de su vidas... Únicamente criaturas que vagan por la noche en busca de su propia perdición. Y en medio de ellas, me hallo yo, sentada y sola... ¡Como siempre!

La plaza se empieza ha llenar cada vez de mas gente que llega desde todas las calles. Ya no estoy sola, pero ahora hay demasiado ruido y movimiento y resulta muy molesto. Pero aun así, consigo evadirme con facilidad. Vuelvo a estar sola. Veo el movimiento de pies de los transeúntes, de un lado a otro, me quedo embobada mirando fijamente a lo lejos y entre todo el  movimiento de la gente consigo reconocer al final de la plaza a una niña pequeña.

Soy yo con ocho años, recuerdo que con esa edad vivía en mi propio mundo de fantasía, donde a casi todo le buscarba un sentido mágico. Le miro fijamente a los ojos y un escalofrío fugaz me recorre todo el cuerpo, puedo distinguir en su mirada una profunda tristeza porque no encuentra a nadie que la comprenda, solo se tiene a si misma dentro de ese turbio mundo de fantasia. Decido acercarme a ella, mis pasos son cada vez mas torpes y vagos, conforme me acerco se da cuenta de mis intenciones, busco su mirada con la mía, y cuando estoy lo suficientemente cerca le cojo la mano y le digo casi susurrando:

- Ya no estas sola pequeña.