sábado, 23 de marzo de 2013

Volver

Volver siempre me fue difícil y ahora  más, porque sabía lo que me esperaba.
Terminé de hacer la maleta y con el máximo cuidado y sin hacer nada de ruido me fui con ella hasta la puerta. La vieja todavía dormía. Una vez, dentro del ascensor, me mire en el espejo, mi rostro me delataba: ojeras, labios cortados, pelo grasiento... Pero me daba igual, volvía a casa con los míos y no era necesario causal una buena primera impresión.

Si no quería perder el tren, debía de darme toda la prisa que pudiese, ya que como siempre salía tarde. Las calles de Madrid seguían igual de frías que por la noche, lloviznaba un poco y el aire era fresco. Era una de esas mañanas que se recuerdan más por la extraña sensación que le invade a una que por los hechos en si, y yo quería recordarla por todo lo que sentía en aquel momento.

Llegué a Atocha, fui hacia el anden que me correspondía y me subí al tren. Tenía asignado el asiento junto a la ventanilla así que eche la cortinilla y cerré los ojos. Siete horas después me encontraba en el sur. Lo sabía porque volví a entrar en aquel universo: el de mi pasado. El mismo sol, el mismo cielo despejado, la misma cutre estación, la misma gente (mi gente) y el mismo aroma. Un aroma fresco, como la brisa del mar, y nostálgico.

Volvía a casa.